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  • Foto del escritorBusujima Jorge

El Baño


No le había dado más tiempo, inútilmente solo para esconderse en el cuarto de baño, esperando que los golpes que daba con tanta fuerza, no tiraran abajo la puerta de madera. No entendía muy bien lo que estaba sucediendo, él solo había podido ver como su madre estaba devorando al perro, al terrier que ella misma había traído a la casa. Minutos antes estaba en el suelo arrancando pedazos de carne y llevándolos a su boca con desesperación, como si nunca en su vida hubiese sido alimentada, como si solo la carne saciara el hambre que la estaba controlando.


-¡Mamá ¿Qué haces?!- fue lo único que alcanzó a gritar David, antes de que su madre se olvidará por completo del festín que se daba con el perro y dominada por la locura se abalanzó sobre su hijo, sobre su ser, envidiada de la vida, de la sangre que corría caliente por el cuerpo de él, buscando desgarrarlo, devorarlo.


Tuvo un ápice de suerte; ese ser nuevo que se había empeñado en destruirlo, ese monstruo que abría y cerraba sus fauces con tanta fuerza que el sonido de los dientes se escuchaba de manera aterradora, había tropezado con las sillas. Las luces estaban apagadas, pero en la eterna oscuridad se podía escuchar como su madre o lo que quedaba de ella se levantaba con lentitud, con mucha dificultad, ajena a sus extremidades. Decidida por retomar el ataque a su hijo.


David subió las escaleras y se encerró en el baño, no comprendía por qué había tomado la decisión de hacerlo, tal vez de alguna forma imposible de describir, ese lugar le daba más seguridad que cualquier otro en la casa. Derrumbado de espaldas a la puerta de madera, esperaba que en lo que se había convertido su madre, no pudiese subir las escaleras y se quedara abajo; sin embargo los pasos inseguros y tambaleantes de sus pies en los escalones se escuchaban con estridencia, a cada paso David sentía aún más miedo que antes, era aún más aterrador no poder ver nada, solo escucharla.


No tenía el tiempo ni la mente para siquiera pensar en lo que sucedía, solo sabía que estaba pasando, que era real. Que eso que estaba fuera no era ya su madre, era un monstruo que gemía, que se lamentaba hambrienta. Antes de poder estar seguro de qué hacer, los escalones se habían agotado y la criatura todavía entendía o sus instintos la llevaban hacia la puerta que la separaba de su próxima comida. Los golpes se empezaron a escuchar con tanta fuerza que el cuerpo de David que ya no estaba recostado en la puerta, vibraba al unísono, como si su corazón y todos sus órganos intentaran escapársele de su cuerpo.


Una y otra vez retumbaban los golpes. Veinte minutos habían pasado y el ser no se cansaba, no se agotaba; seguía exigiendo entrar a aquel baño. Le pedía con fuerza a su hijo que la dejara entrar, que de todas formas solo podía dejarla entrar, no había más que pudiese hacer, no había salida alguna. La puerta lenta pero de forma segura, estaba cediendo. Los goznes se estaban saliendo de su lugar. David contaba en su mente los golpes, también intentaba pensar cuánto tiempo le quedaba a ese intento de lugar seguro para dejar de serlo. No quedaba nada. Había gritos fuera de la casa y algunas explosiones, pero ningún sonido alejaba a su madre de allí.


En los últimos momentos que sabía que le quedaban, entendió que lo que estaba pasando en su hogar, sucedía en todos lados, el mundo se estaba desvaneciendo entre pánico y gritos. Pero su mundo se quebraba como la madera de esa puerta, la persona que le había dado la vida, estaba dispuesta a quitársela.


Se levantó del suelo y con una gran patada al lavabo, la cerámica se rompió en cientos de trozos. Siempre lo había escuchado y sabía que era verdad, un trozo de esa cerámica cortaba mejor que cualquier navaja. Tomo con su mano lo que para él era el trozo más grande y cortante, mientras pensaba en que nunca podría atacar a su madre, ni siquiera para ponerse a salvo él, no era algo que quisiera hacer y mucho menos que quisiera dejar que alguien hiciera; llevo el trozo a su muñeca y terminó con todo.


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