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  • Foto del escritorBusujima Jorge

El Herrero


Hace mucho tiempo escuché que las personas nacen con un hilo rojo invisible que los ata a su verdadero amor, este lleva el nombre de hilo rojo del destino, pues según la tradición ese es el color de los designios.

Un día decidí buscar el lugar donde nace esta tradición, esta unión. Caminé durante muchos años, pregunté a muchas personas, escalé las montañas más altas y al final, solo al final de toda la travesía, mientras sufría los efectos del hambre, la sed y el cansancio. Caí y perdí el conocimiento.


Al despertar, me encontré con un techo desconocido, un techo humilde. Estaba sobre una cama de igual condición. El lugar reflejaba el paso de un tiempo que no es condescendiente con nada ni nadie en el mundo, como las piedras que al pasar los años son atrapadas por el musgo. Me despertó el sonido estridente de un golpe, un martillo que era azotado contra otra superficie metálica.


Al caminar por el único pasillo de esa casa, llegué al origen del sonido. Un gran anciano, y por gran me refiero a su tamaño, tan alto que casi tocaba el techo de la casa, que estaba a unos dos metros y medio; tan grande que doblaba mi cuerpo. Tenia el cabello gris, canas, con muchas arrugas o las suficientes para decir que era lo bastante viejo. Lo más extraño de ese señor eran un incontable número de heridas que tenia en todo su cuerpo, cicatrices, algunas parecían de poco tiempo.


-Ya despertaste ¿Cómo te sientes?- me dijo


-Bien, muchas gracias, espero no ser una molestia- dije


-Molestia la mía muchacho, espero no haberte despertado con mi bullicio, veo que estás mejor. Llevas dos días durmiendo, el cansancio te había ganado.-


Hizo una pausa y continuó -ahora quiero saber ¿Por qué estabas en ese lugar tan apartado de cualquier civilización...solo?- me preguntó, al tiempo que continuaba martillando, pero no podía ver lo que golpeaba con tanta fuerza, tal vez el pobre anciano estaba senil, sin embargo parecía poder hablar con propiedad.


-Me creerá loco, pero de donde vengo se habla de un mito que todos aseguran es real, hablan de un hilo rojo que ata los destinos de todas las personas, un hilo tan fuerte que se puede estirar, enredar, pero nunca romper, los dos extremos, esas dos personas terminarán siempre juntas. Descabellada la historia ¿cierto?- le afirmé.


El hombre seguía martillando, trabajaba en una obra inexistente, golpeaba una y otra vez sin más el martillo contra el metal, me miró de reojo y sonrió.


-Por aquí, este lugar casi olvidado por la misma tierra, también se escucha esa historia. Un mito que se jura es verdad. Lo que dices es cierto pero, no entiendo ¿Qué te llevo a decidir buscar el origen del mito?- preguntó


Le devolví la sonrisa y me acerqué más. Sus heridas, que recorrían sus grandes brazos, muñecas, manos y que suponía estaban en la totalidad de su cuerpo, eran cortadas autoinfligidas. No podía pensar en la posibilidad de que un anciano hiciera algo así, pero alejé la vista de esas heridas. Continué.


-Durante mucho tiempo he buscado la persona que me haga sentir completo, pero nunca he podido encontrarla, es por eso que decidí buscar el origen del hilo, aun cuando no lo puedo ver o tan siquiera pueda probar que es verdad este mito. Esa es mi razón, no es muy valida, pero es suficiente para mí, necesito saber dónde es el origen, y pedir ver mi destino, porque empiezo a creer que no tengo el hilo rojo- le contesté. Me senté en el suelo, no había sillas en esa humilde morada, veía al anciano que seguía forjando algo, seguía golpeando con su martillo.


-Todos tenemos un destino y tu hilo termina en este lugar- dijo el hombre al sacar una pequeña navaja de oro de uno de sus bolsillos, una navaja de oro que era imposible que un hombre tan pobre pudiese tener. Con ella cortó su muñeca, y un hilo de sangre que vertió en el lugar que golpeaba con su martillo, dibujó una línea carmesí que llegó hasta mi tobillo, amarrándolo –Tu destino era otro antes de empezar tu viaje, pero cuando caíste por el cansancio, moriste y tu hilo se rompió. Cuando se comía así mismo, llegué donde estabas, lo tomé en mis manos y te traje a mi morada. Empecé a forjarlo para que no murieras, porque si fuiste capaz de llegar aquí, tu vida vale la pena, sin embargo tendrás que soportar tu existencia con la muerte de tu alma gemela, pues al romperse el hilo, ella también murió- me dijo al sostener el hilo rojo de mi destino, que ahora podía ver y sentir.


-¿Mi hilo ahora esta atado a ti anciano?- le pregunté desconcertado.


-¿Esa es tu pregunta? Pensé que preguntarías cómo puedo forjar el destino, cómo puedo salvar a alguien de la muerte, pero si te preocupa saber si yo seré tu destino, no es así, este martillo es el que crea con la sangre la unión de las personas, por eso mis heridas y esta navaja de oro. Tu travesía empezó buscando el origen del hilo rojo. Aquí estoy, yo soy solo el herrero y mi tiempo se agotó. Para salvarte corté mi hilo y enlacé el tuyo al del martillo. Buscabas el origen, ahora ese origen eres tú- me dijo el hombre mientras su piel se volvía polvo y moría. Él me dejaba la obligación de salvar a todas las personas, tomé la navaja de oro del suelo y corté mi muñeca, era hora de empezar a forjar destinos.




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