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  • Foto del escritorBusujima Jorge

El Nuevo Señor Árbol


Existe una leyenda susurrada en cada pueblo, ciudad y país del mundo. Una historia que ha traspasado la fantasía; un relato que navegó desde el abismo del mundo donde el agua cae sin parar, atravesando los jardines de cuarzo, cruzando los rosales de rubíes y pisando el edén de laureles, esos que gritan sobre la vida de un dios que fue obligado a enamorarse de una ninfa y ella obligada a odiarlo, a huirle hasta que el dios fue ayudado por sus hermanos para atraparla; la ninfa para no seguir huyendo fue convertida en un árbol de laurel, la divinidad prometió amarla, darle la eterna juventud y la inmortalidad para que siempre estuviera verde, y le juró adornar la cabeza de los héroes con sus ramas en símbolo de victoria.


Aquella ninfa llevaba el nombre de Dafne.


Dafne, ese el nombre del mito. La mujer árbol que vive eternamente en una cueva de amatista alejada de la humanidad, solo acompañada por su fiel amigo Victorinox, el perro, la navaja; un perro-navaja dejado para cuidarla, para despedazar a todo aquel que logre llegar hasta allí. Con sus patas de cuchillas de acero escarba en la tierra hasta que la piedra es convertida en grava con la energía de una animal de fábula, tan peligroso, pero para Dafne su único protector.


Ella no puede estar mucho tiempo en un solo lugar, a menos que quiera estar allí toda su eternidad, pues sus raíces siempre buscan el cobijo de la tierra aferrándose al suelo con fuerza. Dicen que una vez se quedó dormida y al despertar estaba inmóvil como una piedra, sus pies se habían enterrado tan profundo que podía sentir el latido de la madre Rea. Dafne gritó asustada por ayuda y Victorinox llegó corriendo a auxiliarla, rápidamente con su hocico de sierra, rompió las raíces en una nube de astillas y polvo. La mujer estuvo semanas enteras en una pila de agua de dioses, el agua la curaba, la dejaba dormitar, era el único espacio donde podía estar sin preocuparse de despertar como los demás arboles.


Victorinox no se quedaba atrás, también tiene sus dificultades, es el único perro que no puede jugar bajo la lluvia, pues todas sus extremidades terminarían oxidadas. El mito dice que una noche se quedó jugando entre los ciprés de diamantes, con su cola retorcida se balanceaba entre las ramas hasta que se desató una tormenta de austro. Victorinox regresó a la cueva en la mañana, rechinaba, apenas podía moverse con libertad. Dafne lo lavó con sal marina y lo frotó con fuerza contra las piedras hasta quitarle la última mancha, sin embargo el perro no volvió a ser el mismo, sus articulaciones se habían oxidado, caminaba tambaleándose de lado a lado.


Una tarde, un hombre se aventuró en búsqueda del mito. Saltó el abismo del océano; atravesó todos los jardines de piedras preciosas; caminó por el huerto de laureles hasta llegar a la cueva donde dormitaba en la fuente la que alguna vez fue una ninfa. Aquel hombre llamado Rose, había encontrado al ser de fantasía, una creación directa de los dioses, ella estaba frente a sus ojos.


Dafne se despertó asustada, gritando llamó a Victorinox pero no hubo respuesta, ella levantó sus manos y las dirigió hacia el invasor mientras miles de astillas como flechas fueron lanzadas buscando herir a Rose, él se cubrió mientras gritaba que no venía a hacerle daño, que solo quería acompañar a la ninfa que había negado el amor de un dios, quería estar al lado de aquella mujer que solitaria tenía que vivir eternamente.


La mujer árbol, no comprendía las palabras de aquel hombre, él se le acercó pidiéndole que le diera el fruto que se escondía entre las hojas de sus cabello; Dafne no sabía que poseía aquel objeto, buscó entre sus hojas. Escondido permanecía aquella fruta dorada, la arranco con dificultad y se la obsequio a Rose, como premio por haber llegado tan lejos, nadie había hecho algo por ella, y también porque era el primer hombre que veía en tanto tiempo. Él la mordió, el sabor era exquisito, no podía detenerse. Al dar el primer mordisco la mujer gritó de dolor.


Dafne se marchitaba, se pudría con cada mordisco, mientras que él poco a poco se convertía en árbol: sus manos se volvieron ramas; sus pies, raíces; su cuerpo en tronco y su cabello en hojas. Al final, de la ninfa solo quedaba el polvo.


Victorinox corrió a la cueva con tranquilidad, se acercó a Rose y como un perro entrenado le hizo una venia con la cabeza. El perro navaja saludó al nuevo señor árbol.



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