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  • Foto del escritorBusujima Jorge

El oficio de saludar (Bestiario #1)


El señor chiguagua estaba muy viejo, llevaba mucho tiempo trabajando o bueno, lo que él creía que era trabajar.


En su casa no lo querían, o a veces sí, a veces sus hijos lo visitaban, hacía muchos años que no vivían junto a él; a veces su perra, la que había escogido como la madre de sus cachorritos, detestaba que él estuviese mucho tiempo en casa; hablando, meditando, temblando o buscando el amor que se había extinguido a su mínima potencia, al simple y mecánico hecho de la costumbre, de convivir porque cada uno escogió la cruz que debía cargar.


En su trabajo el señor chiguaga era obtuso; eso pensaban la mayoría de sus compañeros de trabajo. Todos los días era lo mismo, el mismo traje, la misma actitud, la tembladera constante. Lo que más aburría a sus hipócritas "amigos", era que él siempre era muy amable; a todos saludaba, a todos les sonreía, a todos los alaba más de lo necesarío. Allí en su trabajo algunos pensaban que era un perro falso, que a todos les movía la cola y eso no les gustaba, todos querían ser solamente el sujeto de tanto fanatismo e idolatría.


Todos pensaban que era muy lento, que tanta amabilidad le había revuelto la cabeza y le había golpeado las pocas neuronas que creían tenía. No le ayudaba que vivía temblando. Especulaban que era de tanta mentira que vivía con él, tanta que su cuerpo no podía y tiritaba constantemente hasta que aparecía algo a lo que adular.


Los demás animales de su trabajo no eran las figuras morales para hablar de él, pero ciertamente lo hacían, porque ¿Cuándo ha detenido eso algo? ¿Cuándo el meditar sobre la propia vida y el accionar, había parado la ociosidad de la mente y de las lenguas? jamás. Mientras crean que sus vidas están en lo normal, resignados por el tiempo, hablar y chismiar de los demás será la ley de cada día; y más con tanta bestia en el trabajo del señor chiguaga.


Estaba viejo, tan viejo que a veces no entendía el paso del tiempo. Compredía del pasado, de actitudes arraigadas y cimentadas por los padres, pero se había vuelto inutil. Sus ideas, que eran pocas, o nulas, no funcionaban, no lograban tener el objetivo que se proyectaba. Sus acciones no eran más que el reflejo de las carencias que había en su vida, temía aceptar la realidad, temía reconocer la verdad y así se fue relegando en su trabajo a un único oficio: saludar, era lo que mejor le salía; adular y alabar sin conocer, porque no importaba si lo que alabara no tuviese una razón, o simplemente no existiese; alabar era para lo que al final de su vida había descubierto era util.


Así sigue el señor chiguagua, el más amable de todos, sentado en su escritorio, busca qué hacer, busca con quién hablar; no obstante siempre está solo, más solo que nunca. Temblando hasta que algo se asome por la puerta de su oficina y pueda dejar de tambalarse en su lugar para ahora volver a la rutina resignada y aceptada de saludar.


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