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  • Diálogo 3

Parecía tan feliz


El 30 de abril de 1947 Evelyn Francis McHale a dos meses de casarse con su prometido Barry Rhodes, lo visitó para celebrar su cumpleaños, ella cumplía 24 años; después de hacerse compañía, quizá de compartir un café o una limonada, Evelyn se despidió de su prometido.


Ella tomó un tren en dirección a Manhattan, en lugar de volver a casa, ninguna persona pudo saber lo que pasaba por su cabeza, algunas meditaciones esteriles probablemente se desquebrajaban en su mente. Al llegar a su destino se dirigió al hotel Governor Clinton, para reservar una habitación, luego de escribir una nota breve, compró una entrada para el observatorio de la planta 86 del Empire State Building. Al llegar al mirador, respiró profundamente y saltó.


"No quiero que nadie de mi familia o amigos me vea así ¿Podrían incinerar mi cuerpo? Les ruego a ustedes y a mi familia que no organicen ningún servicio religioso para recordarme. Mi prometido me había pedido matrimonio en junio, pero creo que yo no sería una buena esposa para nadie. Él estará mucho mejor sin mi. Díganle a mi padre que tengo muchas de las tendencias de mi madre”.


Esas fueron las últimas palabras que Evelyn escribió, esperando que el mundo la olvidara, deseaba que el recuerdo de que ella había existido se perdiera en ese salto, en esa decisión que nadie pudo comprender. Su prometido no podía creerlo “Cuando la besé para despedirme ella parecía tan feliz y normal como cualquier chica a punto de casarse” fue lo único que pudo decir el hombre que la había amado y que tenía que despedirla sin un adios.


Evelyn se convirtió en el suicidio más hermoso, su muerte no fue más que una tragedia hermosa; tal vez había nacido en la muerte misma, la deseaba, quizá siempre lo tuvo en mente y la muerte alargaba el hilo de su vida hasta que tomara por fin la decisión.


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