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  • Foto del escritorBusujima Jorge

Asesino 0


La ventana se abrió hacia la calle, era un segundo piso de algún complejo de apartamentos perdidos en la ciudad, en una zona de clase media; el cristal percudido por el tiempo tenía algunos toques de claridad, nadie se había preocupado realmente por mantenerlo limpio.


Sacó una de sus manos al ritmo de la apertura como dando el inicio o el final a una partitura; la sostuvo por casi un minuto suspendida en el aire. Hacía frío, más que cualquier noche, más que cualquier día. En el vidrio se reflejaba la luna en su cuarto menguante como la ironía de lo que pasaba. La lucha entre la oscuridad y la luz. La dicotomía eterna de la naturaleza y también de la humanidad, su humanidad la que se escapaba con el vapor que salía de su boca con sabor a muerte y que se escapaba por la ventana.


Encendió un cigarro, había dejado ese mal hábito hacía tanto tiempo que volver a sentir el calor de la nicotina y el sabor reminiscente del alquitrán, lo había calmado. Al principio temblaba pero no en una lucha perenne de abstinencia, temblaba por la agitación y el miedo de haber visto al ángel de la muerte minutos antes y haberlo eludido. O quizá creyó que venían por él. Le dio una gran bocanada al hijo de la nicotina, contuvo el aire el suficiente tiempo como para sentirse sofocado y mareado, y lo soltó; creyó que su alma se había ido con esa exhalación, tal vez ya no había espíritu alguno que perder en un respiro.


Giró su cabeza a la habitación donde se encontraba, casi como un movimiento programado lanzó el cigarro aun encendido a la calle, que estaba vacía. Contempló la cama en medio del cuarto, no era la más grande en la que había estado, sin embargo pensaba que iba ser la última cama cómoda donde estaría. Sobre ella en el nudo de sábanas blancas yacía el cuerpo inerte de su amante, el de esa noche.


En el bar cruzaron pocas palabras. Pocas miradas. En la casa cruzaron caricias, besos. Desnudos, el que yacía ahora muerto intentó ahorcarlo, había algo más que maldad en su acto, había amor, uno enfermizo, pero amor puro. Llevaba sintiendo celos del mundo desde que había entrado y lo había visto coquetear con otros hombres en ese antro. Jamás le había prestado atención, quizá era demasiado feo o solamente no era su tipo. Cuando por fin lo tuvo no quiso que nadie más lo tuviera nunca. Subestimó a su amor, él era más fuerte, más rápido. Antes de poder sofocarlo una rodilla había golpeado su entrepierna y los papeles cambiaron en un destello. Su amor lo asesinaba ahora. Era lo mejor. No sentiría de nuevo el vacío de existir sin él.


El improvisado asesino lo contemplaba en la penumbra, había abierto la ventana como esperando fugarse de su realidad. Le había robado uno de sus cigarros que guardaba en el bolsillo de su camisa. Lo fumaba con tranquilidad como si no hubiese sido el primero que moría bajo sus dedos. Lo acomodó como a un bebé que duerme. Lo arropó. Se vistió y se fue.


Regresó al antro. Era la primera vez que mataba, había sido en defensa propia. Eso bastó para quebrarlo por dentro y hacer sumergir del lodazal de su mente una sensación imposible de contar, una fuerza inamovible que no podría parar jamás.


Esa noche, había nacido un asesino en serie.


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