top of page
  • Foto del escritorBusujima Jorge

SAMSARA


Estaba solo en su hogar diluyendo su pensamiento entre los objetos que recordaba y los que tenía la certeza de no haber visto nunca y estaban ahí; no creyó que hubiese un ladrón inverso que en vez de arrebatarle todo le llevara cosas; tal vez un Robin Hood de una época moderna perdido en los delirios que solo una mente enferma causaría. Era imposible.


Se sentó en su sofá, sentía que era su sofá; recorrió con la mirada toda la estancia que estaba repleta de estantes, libros, instrumentos musicales, ciertas plantas e insectos disecados en un escritorio, entre otras cosas que pululaban en su mente; era como si alguien más hubiese estado viviendo allí, no obstante, vivía solo.


Lo que había empezado como un malestar menor, la incertidumbre de habitar un lugar desconocido y al mismo tiempo desbordado de recuerdos, se convirtió en un ligero dolor de cabeza. Se levantó con pesadumbre intentado acordarse de qué podría haber pasado el día de ayer, pero no venían a su mente más que imágenes de ese día, ninguna reminiscencia se anidaba en su hipocampo; fue a su cocina, o a la cocina de ese otro que habitaba allí con él; quizá se escondía en las paredes o bajo el piso; algo poco probable, vivía en un séptimo piso de un edificio de departamentos. La pesadumbre se había transformado en terror, algo no estaba bien, algo no se escuchaba bien cuando lo decía en voz alta: ¿Cuánto tiempo llevo viviendo aquí? Por sus dilaciones mentales se cruzó la idea de que él fuese el intruso, y si alguien más vivía allí y él invadía en su lugar; y si ¿Él era el loco?


El ligero dolor de cabeza se convirtió en una jaqueca insoportable, punzadas en sus sienes lo hacían doblarse un poco, sentía como si una mano invisible estrujara con fuerza su cerebro. Agarró de encima de su refrigerador un frasco de pastillas para la migraña; tomó cuatro esperando que el sufrimiento se disipara. Salió de la cocina y se recostó de nuevo en el sofá. Seguía sintiendo que algo estaba distante en sus recuerdos, el dolor de cabeza no lo dejaba pensar con claridad.


Antes de darse cuenta se había quedado dormido. Al despertar un dolor más intenso que el de horas antes lo hizo gritar, fue como si una granada hubiese explotado en sus oídos y el sonido lo hubiese partido a la mitad. Se puso en pie con mucha dificultad, el dolor lo hizo arrodillarse y tomarse la cabeza, creyó por un instante que estallaría en medio de la estancia, esa que aun creía que no era suya. Cayó inconsciente.


Esa noche había perdido la memoria. No fue un golpe. No era la primera vez que reiniciaba su día como un hombre nuevo, quizá esta vez sería Juan o Lucas, quizá algún Diego u otro Camilo que empezará su día dudando de su existencia como dueño de ese lugar, tan suyo como impropio. Tan distante a sí mismo pero parte de su existencia entre vida, muerte y resurrección, un ciclo interminable de sufrimiento.


bottom of page